miércoles, 16 de junio de 2010

Aspiraciones

Desde pequeños nos enseñan una frase mágica; “Yo de mayor quiero ser…” y conforme crecemos, lo que completa esa frase cambia; desde cura hasta guitarrista, pasando por profesor, dependiente, electricista, astronauta... Pero llegados a cierta edad, dejamos de soñar con el futuro y sustituimos la frase por “Yo soy…” y claro, muy raras veces coincide con nuestros sueños infantiles. No solo somos conscientes nosotros, que de vez en cuando nos planteamos la duda de si fue nuestra elección la correcta, si no que nuestra familia no para de repetir “De pequeño decía que iba a ser cocinero… míralo ahora, de contable.” ¿Qué gracioso no? Qué manera más sutil de decir que no hemos conseguido lo que queríamos, o para dejar latente que no hemos luchado por lo que nos importaba.

Pero al margen de la familia (que es otro tema a tratar), el objetivo radica en plantearse el por qué dejamos de tener futuro cuando cumplimos una edad. ¿Estamos muertos acaso? ¿Nuestro cerebro se ha saturado y no es capaz de almacenar más información? ¿ Nuestra ambición no es lo suficientemente grande?

Pues sí, parece que la vida es la singularidad de ser una cosa y no más, de aspirar a un puesto y se acabó, de aprender una profesión y fin. La vida es un largo proceso, de idas y venidas, expansiones y contracciones (sí, como la economía. Es defecto de profesión). No importa lo que seas ahora, no importa lo que fuiste; importa lo que quieres ser. Por eso, me niego a que me quite la ilusión y esperanza que da una frase como “yo de mayor quiero ser…” porque yo, a pesar de ser ya mayor, aún quiero ser muchas más cosas de la que soy.



Los niños no tienen pasado ni futuro,por eso gozan del presente, cosa que rara vez nos ocurre a nosotros.

Jean De La Bruyère

domingo, 13 de junio de 2010

Temores

-Aquí huele a sangre- Dijo Roberto sin miedo a equivocarse.

La habitación, en penumbra, dejaba ver una cama desecha y el suelo lleno de ropa y de zapatos.

-Creo que no hemos venido en el mejor de los momentos- añadió Alicia mientras intentaba no pisar nada de lo que parecía una alfombra de desechos.

-¡Aquí!- Roberto cantó victoria cuando encontró la luz, que invadió todos los espacios de la habitación. Un grito ahogado salió de la garganta de Alicia; ante ellos, en la pared, escrito con rojo sangre, se leía “lo que es arriba es abajo”. Ambos se miraron estupefactos, confundidos con el extraño mensaje, y reservados sobre su ubicación.

Una gota cayó sobre la cara de Alicia, que instintivamente se limpió y alzó su cara soltando un grito, si cabe, aún más aterrador. Sobre sus cabezas colgaba una pierna inerte, simulando que caminaba sobre el techo

-¿Crees que es…?- se aventuró a preguntar Roberto, retrocediendo para tener una visión más panorámica.

-No lo sé, ni lo quiero saber ¡Salgamos de aquí de una vez!- gritó Alicia, con la cara blanca y tambaleándose por la impresión.

Cuando se dirigieron a la puerta, que habían dejado abierta, se encontraron con un charco de sangre que conducía a la calle.

-Está aquí…- Afirmó Alicia

-No puede ser, hemos registrado todo, y aquí no había nadie-

-¡Pues está claro que este charco no nace solo del suelo!

-Salgamos

Atravesaron la puerta y llegaron al jardín, donde el reguero de sangre se perdía entre la hierba. Ambos miraron fijamente como la puerta que ellos habían dejado abierta, la exterior, estaba cerrada a cal y canto. No podían llegar hasta su coche. No había otra salida.

-Los muros son demasiado altos para saltar- se aventuró a observar Roberto.

Alicia giró la cabeza y constató las palabras de Roberto. Al instante un escalofrío le recorrió la nuca. Sintió como el aire caliente le golpeaba contra su piel. Se volvió y con horror vio que su peor pesadilla se había cumplido. Tras ellos un hombre alto, de constitución fuerte y con la ropa cubierta de sangre, cuchillo en mano sonreía y los miraba.

Había llegado el momento de enfrentarse a sus miedos.



No hacer nada por miedo a cometer un error es ya un error
Anónimo

martes, 8 de junio de 2010

El día al revés... o mi cabeza al derecho

Al comenzar el día hice algo bastante rutinario; decidí acostarme temprano, ya sabes, lo normal cuando amanece. Una vez metida en la cama, me acomodé y fue entonces, cuando de entre las sabanas surgió un cepillo de dientes (con pasta y todo) para lavarme estas perlas que tengo por dientes. Una vez mi aliento huele a carne con tomate (los nuevos dentífricos son carísimos) decidí sin más dilación, vestirme adecuadamente (ponerme el pijama, ¿que estabas pensando?) Para la ocasión y tomar parte en el café de media mañana que acostumbraba a ofrecerme mi cama los días entre semana (los fines de semana descansaba, por aquello de la jornada laboral). Ya en pijama, desaseada y con la sábana hasta la cabeza, comencé a comerme aquella rica tostada, pero ¡oh! Había quedado para comer, no podía retrasarme: me desmaquillé adecuadamente, me despeiné lo mejor que pude y me coloqué la bata indicada para la ocasión. Solo cuando estuve realmente preparada, decidí dirigirme al punto de encuentro: los pies de la cama. Allí toda una comitiva me esperaba para comer; el Oso Panda, la Oveja Azul (¿o es una cabra? Nunca se lo he preguntado por educación) y la tortuga. Degustamos los entremeses con ganas, y cuando terminamos, la almohada nos ofreció un café (descafeinado, eso sí. Ella siempre barriendo para casa).
Reventada acabé de un día tan ajetreado; tanta vida social deja a cualquiera patidifusa. Volví a mi posición original y como era habitual a estas horas de la noche el insomnio me inundó. ¡Qué gran no sueño tuve! Otro día empezaba. Así que solo esperaba que pasase la noche rápido para volver a acostarme e iniciar un nuevo día.


Yo no sufro la locura la disfruto a cada momento


viernes, 4 de junio de 2010

Las estrellas..¿Brillan?

La cabeza me arde de tanto pensamiento. Esos pensamientos que son como estrellas fugaces; nacen en lo más profundo de mi cabeza, brillan por un momento, y cuando te das cuenta de que solo es una ilusión, se apagan. Tras de sí queda la estela, sentimiento de que nada es posible, de que nada está a tu alcance, de que todo queda demasiado alto. Y quizás sea así, no tengo ninguna prueba de lo contrario.

Todos mis pensamientos se apagan unos tras otros al comprender que nunca los alcanzaré. Y a pesar de que al alba de cada nuevo día, una nueva ilusión nace con él, el avance de las horas desmorona la ilusión, dando paso al abatimiento y a la desolación. Solo queda después un frio desierto de arena, donde yace mi cuerpo, inerte, esperando tranquilo el alba del nuevo día, y con él, la razón para moverse.

Sólo en ocasiones, en muy raras circunstancias, al final del día, y con la noche, aparece la luz. La luna ilumina la oscuridad de la tristeza. Y así, el desierto se convierte en oasis mientras disfruto de mi única compañía, conversando con ella y contándole mis penas. Ella me anima, me consuela, pero yo no quiero escucharla. Intentar alcanzar la estrella y quemarte con ella, es mucho más doloroso que simplemente verla morir en el cielo. La luna, esplendorosamente llena, continua con su parlamento “el que no arriesga, no gana”. Yo le contesto seria “los cementerios están llenos de valientes” y no es la muerte física lo que me asusta, si no la muerte del alma. Cuando tienes la estrella, pero esta se deshace entre tus dedos, convirtiéndose en polvo, provoca que el alma se te parta en mil pedazos. Y vivir sin alma, es mucho más duro que no vivir.

La cabeza me arde de tanto pensamiento. El estómago se me encoge con cada uno de ellos. Las sensaciones me invaden, y los presentimientos me atormentan.



¿Hasta cuándo vamos a seguir creyendo que la felicidad no es más que uno de los juegos de la ilusión?.

Julio Cortázar

domingo, 30 de mayo de 2010

Enemigo a Batir: Papel en Blanco

El papel en blanco me asusta. Me coarta. Me repele. Tenía tantas cosas en la cabeza antes de ponerme frente a él; mi semana, el cambio de la vida, mis amigos… pero al empezar a escribir, las ideas se agolpan en mi cabeza queriendo salir, escribirse solas, montando sus metáforas… y en un instante… se esfuman. Se van y no vuelven. Y claro, ya no tengo nada de que escribir.

Las ganas, la ilusión, el empeño por escribir algo nuevo, diferente, que me sorprendan a mí misma, se desvanecen en el olvido… y vuelvo a dejar el papel en blanco, tal y como apareció ante mí, se marchita, y lo relego a un segundo plano para dedicarme a otras cosas. Y me convenzo “otra vez será” “ya escribirás” “es que estoy cansada”. No. Quiero escribir aquí y ahora.

La vida te sorprende, admítelo y estate preparado para lo que te espera en el día a día. Pero no hablo de grandes sorpresa, grandes giros o disgustos. Hablo de cosas tan sencillas como ver el atardecer; en ver como el cielo se torna en azul turquesa para dar paso a la noche. Y sorprenderte a ti misma diciendo “es precioso”. Algo tan mundano y cotidiano como un atardecer. Eso es la vida, vivir cada momento como único.

Voy a reconocerlo otra vez. Los últimos meses han sido duros y pesados. Desfallecer cada noche en la cama y levantarme como un zombi buscando café y azúcar. He de reconocer que me he visto caer y no volver a levantarme en muchas ocasiones. Y he de reconocer que he llorado por no poder con todo. Pero ahora. En este instante, echando la vista atrás recordando esos momentos de agotamiento, solo puedo pensar en los resultados. En que si lloré fue porque sabía que podía hacerlo. En que cuando reí lo hice con ganas y satisfecha de mi trabajo. En que los elogios a mi trabajo eran merecidos (no porque el trabajo estuviera bien o mal… sino porque yo me había esforzado en ello) y sobre todo en que cuando todo terminó, la plena satisfacción llenaba mi pecho de orgullo. Orgullo no solo por mí, orgullo por todas las personas que me rodean y que aún no tengo muy claro si ellas me eligieron a mi o yo a ellas, pero de las que cada día aprendo una cosa nueva y me sacan una nueva sonrisa. Personas que saben sacar lo mejor de mí y que se merecen todo mi respecto y mi cariño.

Y tras vencer al papel en blanco, y escribir lo poco que puedo, me iré con rabia porque en cuanto guarde este documento, me vendrán a la cabeza mil cosas más que decir y otras mil mas de cómo hacerlo. Pero dejar constancia de que ahora soy así y no de otra forma es, para mí, toda una batalla acaba en victoria.


Las sensaciones no son las únicas integrantes de la experiencia. Los pensamientos son tan experimentales como las sensaciones, y tan vitales para la experiencia.

Samuel Alexander