Desde pequeños nos enseñan una frase mágica; “Yo de mayor quiero ser…” y conforme crecemos, lo que completa esa frase cambia; desde cura hasta guitarrista, pasando por profesor, dependiente, electricista, astronauta... Pero llegados a cierta edad, dejamos de soñar con el futuro y sustituimos la frase por “Yo soy…” y claro, muy raras veces coincide con nuestros sueños infantiles. No solo somos conscientes nosotros, que de vez en cuando nos planteamos la duda de si fue nuestra elección la correcta, si no que nuestra familia no para de repetir “De pequeño decía que iba a ser cocinero… míralo ahora, de contable.” ¿Qué gracioso no? Qué manera más sutil de decir que no hemos conseguido lo que queríamos, o para dejar latente que no hemos luchado por lo que nos importaba.
Pero al margen de la familia (que es otro tema a tratar), el objetivo radica en plantearse el por qué dejamos de tener futuro cuando cumplimos una edad. ¿Estamos muertos acaso? ¿Nuestro cerebro se ha saturado y no es capaz de almacenar más información? ¿ Nuestra ambición no es lo suficientemente grande?
Pues sí, parece que la vida es la singularidad de ser una cosa y no más, de aspirar a un puesto y se acabó, de aprender una profesión y fin. La vida es un largo proceso, de idas y venidas, expansiones y contracciones (sí, como la economía. Es defecto de profesión). No importa lo que seas ahora, no importa lo que fuiste; importa lo que quieres ser. Por eso, me niego a que me quite la ilusión y esperanza que da una frase como “yo de mayor quiero ser…” porque yo, a pesar de ser ya mayor, aún quiero ser muchas más cosas de la que soy.
Los niños no tienen pasado ni futuro,por eso gozan del presente, cosa que rara vez nos ocurre a nosotros.
Jean De La Bruyère